viernes, 11 de octubre de 2013

Cuento de Manuel Otero

De manuotero@hotmail.com

Ya era éste el segundo día que me mantenía despierto y en pie, y por la cara de Luz, mi pareja, cuando me bajé los pantalones frente a todos, me di cuenta que ya era suficiente. Su expresión de desengaño y la carcajada de mis amigos me confirmaron lo que venía sospechado hace tiempo: el alcohol me estaba arruinando la vida, ya comenzaba a desvariar, una de las últimas etapas de la enfermedad. Por que si, tenía el mal dentro mío. Pero eran mis alucinaciones extrañas, ya que me dejaban pequeños resquicios como para juzgar si estaba obrando bien o mal. Todavía guardaba, en medio de tanta locura, un ápice de ética.

Eso sucedió ayer.

Por lo que un poco triste, un poco avergonzado, me retire a mi cama, por suerte estaba en casa. Cuando apoyé mi cabeza sobre la almohada me di cuenta de dos cosas: la primera que podía, en medio del silencio de mi habitación, escuchar música en mi cabeza (era una balada melosa, nunca antes escuchada por nadie); lo segundo que llamó mi atención fue que, si miraba la ventana fijamente, y luego cerraba los ojos con fuerza, en la oscuridad de mis parpados cerrados podía distinguir formas geométricas que se agrupaban formando figuras abstractas.

En un primer momento me sorprendí, me senté al borde de la cama y temí haber sufrido un daño cerebral permanente (ya hacia tiempo que venía sobre exigiendo a mis neuronas); pero luego de resolver algunos cálculos mentales me tranquilicé un poco; “no me estoy volviendo loco”, trate de consolarme.

Por lo que volví a repetir la operación: apoyé mi cabeza en la almohada, miré fijo la ventana, cerré los ojos y espere. Al principio un cuadrado, luego un hexágono, por detrás una esfera, todas las figuras geométricas juntas comenzaron a avanzar (o retroceder, no sabría explicarlo) para formar lo que creí era una ciudad del futuro. Cuando lo comprendí salté de la cama como empujado por un toro.

Tome lápiz y papel y comencé a esbozar lo que había imaginado. Trate de no perder detalles, por momentos ayudaba cerrar los ojos y dejar que las figuras se agrupen en mi mente. Cuando terminé de dibujar no quede impresionado pero admití que la copia era similar al original (original que sólo se guardaba en mi cabeza). Conforme a medias le saqué una foto, la subí a mi Factbook y se la envié a un amigo que trabajaba como redactor en una revista. Por suerte para mi Julián, mi amigo, estaba conectado en ese momento, por lo que no me sorprendió su respuesta casi inmediata en la forma que a continuación transcribo:

-- Manuel---comenzó escribiendo--, me alegro saber de ti, y me alegra aún más saber que comenzaste a dibujar. Ahora bien, te tengo noticias, tu dibujo es muy bueno, por lo que me tomo la libertad de reenviárselo a una amiga uruguaya, editora de una revista de arte, que justamente ayer me pidió trabajos de artistas no consagrados.

Me molestó la última observación; no era necesario, pensé, que me recuerde mi fracaso constante en todas las ramas del arte. Pero pensé, además, y con justa razón, que mi molestar se debía a la falta de sueño; por lo que en busca de tranquilidad me decidí a acostarme nuevamente (ahora me percato que dormir en ese momento era lo mejor que me podía haber pasado en esta historia). Lo cierto es que no pude ni acercarme a la cama; al segundo de haber tomado mi decisión llegó un nuevo mensaje de un contacto desconocido:

-- Estimado Manuel Otero: —el formalismo de aquel “estimado” me puso en guardia-- hemos recibido con sumo beneplácito su obra en lápiz y papel, y en la editorial nos preguntamos si podemos utilizar su trabajo (bajo condiciones económicas que en su justo momento discutiremos) para la nueva portada de Revista Cultura Acá; edición: artistas emergentes. Si su respuesta es positiva, ya mismo estoy tomando el próximo vuelo a Capital para una entrevista personal en pos de la firma del contrato. Atentamente, Claudia Bonadio, editora en jefe de editorial Franciscana.

No podría negarme luego de un trato tan respetuoso. Además, aquello de discutir condiciones económicas, firma de contrato o el detalle de “artistas emergentes”, me había emocionado al punto de hacerme perder el sueño, y no la razón como antes temía.

Por lo que respondí con mi consentimiento y, luego de un corto intercambio de coordenadas y horarios, me ocupe en acomodar mi cuarto esperando a la editora; escondí las botellas de cervezas vacías detrás del ropero, oculte debajo de mi cama la ropa sucia y me lavé los dientes, justo a tiempo para escuchar el timbre de casa. “Me tendría que haber bañado”, baje pensando.

Pero antes de continuar quiero confesar…las mujeres, son para mi, la fuente única de toda inspiración; por ellas aún vivo; la esperanza de poder poseer apenas el 0,01 por ciento de toda la población mundial femenina mantiene mi sangre caliente (literalmente). Pero cuando me enfrento a uno de esos especimenes, casos raros, en donde la belleza y la inteligencia se unen para darle forma a un cuerpo femenino, nada digo. En otras palabras: podría ofrendar mi vida por una mujer que idolatro en silencio, pero ella, ni ella ni nadie, jamás lo llegaría a saber (ni siquiera a sospechar).

En apenas un segundo comprendí que Claudia, la editora, pertenecía a ese selecto grupo, sino la reina, la mandamás. No voy a perder tiempo en describirla, espero que quien lea este relato imagine en Claudia todo lo que siempre buscaron y mucho más.

Por eso mi sorpresa fue enorme cuando ella no tomó la mano que le extendí en forma de cordial saludo, sino que saltó sobre mis brazos y me abrazó como ni siquiera mi madre me ha tomado. “Me tendría que haber bañado”, volví a pensar. Y se sabe, un abrazo típico entre amigos dura entre dos y tres segundos; entre desconocidos se sugiere apenas un choque, unas palmadas en la espalda y una pronta separación; por eso me costó entender que no conocía a Claudia cuando nuestro abrazo se extendió por varios minutos.

-- Siento algo…—dijo, y me separé de ella ofendido, pensando en una inoportuna erección, Me cubrí avergonzado. Ella pareció comprender mi pudor, bajó la mirada desconcertada y cerró el tema con un—no, no es eso. Siento que te conozco desde antes.

Formas extrañas de comenzar relaciones se suceden todo el tiempo, en todo lugar. En ese aspecto soy condescendiente. No juzgaría a una persona por cómo comienza, sino por cómo termina una relación.

Me habló de su editorial, de su país y de sus pasiones (mirar películas de terror de los 80 y leer clásicos policiales); elogió mi dibujo y preguntó si era parte de alguna colección; quiso saber el nombre de la obra, si era posible ofrecer en venta mi trabajo, y si tenía representante o si necesitaba uno. Habló cambiando de tema cada cinco minutos y luego sacó un grabador para hacerme algunas preguntas. Debo confesar que no estaba preparado para tanto, todavía me recuerdo y siento malestar de no haberme preparado, ni siquiera imaginado, en tal circunstancia. El desengaño pareció doble, ya que Claudia terminó asegurando que no era yo un personaje muy locuaz pero que ella se encargaría de retocar las respuestas. “Siempre y cuando no te moleste”, terminó diciendo. En fin, me prometió que en horas me enviaría una copia de la entrevista y que cuando yo esté conforme, nunca antes, se imprimiría en formato papel.

-- Ahora estoy partiendo para Nueva York, pero a mi regreso me gustaría que nos veamos, que cenemos algo por ahí—dijo, cuando nos despedimos en la puerta de casa. La despedí y trate de imaginarla desnuda, mientras espiaba su figura en retirada como el peor de los fisgones.

Corrí rumbo a la computadora con una idea fija en mente: descargar mis tensiones de la forma más rápida y fácil. Me tomó un tiempo encontrar la escena que necesitaba para ese momento (he notado que últimamente necesito excitarme con actrices con las cuales, imagino, podría tomar un café y no sólo para hablar de sexo). Pero mis planes fueron interrumpidos por un correo electrónico directo desde la redacción de editoriales Franciscana, en donde me adelantaban el borrador de lo que había sido mi entrevista con Claudia (calculé, con algo de desengaño, que la entrevista ya estaba escrita mucho antes de haberme conocido).

Pues bien, esto fue lo que leí mientras me subía los pantalones:

Artistas emergentes: Manuel Otero.

“Cuando soy quien quiero, el universo es mi lienzo”

Ante la publicación de su último dibujo “sin titulo” (lápiz sobre papel), Revista Cultura Acá viajó hasta Argentina para conocer el pensamiento de uno de los artistas menos conocidos del barrio de San Telmo. “La historia del arte está llena de injusticias”, aseguró esta joven promesa, quién además nos regaló un pedazo de la historia del Arte enterrada en el olvido. Claves para entender una de las mentes más perturbadas del arte contemporáneo.

A punto también de estrenar su último cuento, titulado Bue…, visitamos a Manuel en su cómodo loft que ocupa cuando está de vacaciones en Capital Federal. Nos recibe su asistente, una agraciada rubia veinteañero que nos informa que el artista no hablará ni de su intimidad ni de sus problemas con las adicciones. Laura, así se llama la voluptuosa blonda, nos traslada a un cuarto atestado de libros, algunas fotos familiares y un escritorio con una computadora portátil y varios instrumentos musicales. Nos informan que Manuel se está levantando, que anoche ofició de anfitrión en una tertulia que se extendió hasta pasado el mediodía.

A los 10 minutos de espera Manuel ingresa a su oficina radiante, saluda efusivo y pide disculpas por la tardanza. No parece sentir resaca, si es que la tiene, y nos ofrece tomar un trago. Parece no importarle que sean las 3 de la tarde de un lunes mientras mezcla vodka con jugo de naranja.

Mientras se pone cómodo pienso que no aparenta los 34 años que asegura haber vivido. Un cuerpo atlético, alto y ancho como una puerta, con una mirada de eterno seductor empedernido. Por algo, me digo, fue elegido por tercer año consecutivo como el soltero mas codiciado de San Telmo (1).

En un año viró de la fotografía al video, de la danza a la albañilería, de la música electrónica al cuento, y ahora sorprende a propios y extraños al abandonar todas sus otras pasiones por el dibujo. “Fue una sucesión lógica”, asegura él, sin explicar donde radica la lógica en tantos cambios de oficio y en tan poco tiempo.

A punto de salir a la luz una retrospectiva de su obra completa, viajamos a Argentina para conocer a uno de los artistas más prolíferos, controvertidos y poco reconocido de su tiempo. Con ustedes: Manuel Otero.

Revista Cultura Acá: ¿Cómo se vive con tantas pasiones en un sólo cuerpo?
Manuel: “La pasión es una sola: el arte, la búsqueda de la belleza exquisita, por decirlos en palabras de poeta. El arte es el motor, las disciplinas las herramientas. Cuando estoy dibujando estoy haciendo música en mi cabeza; cuando escribo cuentos puedo cantar. Todo es uno, va de la mano como le gusta decir al vulgo; y cuando uno se permite ser libre no hay horizontes a la vista: cuando soy quien quiero, el universo es mi lienzo”.

La mayoría de las anécdotas de Manuel comienzan o terminan en una orgía desenfrenada de consumo, de todo tipo de sustancias. “Me di cuenta de joven que el alcohol y la noche predisponen a lo fantástico—nos contó el artista en sus aposentos--. Cuando estoy sobrio no sucede nada digno de mención en mis días, es lo mas parecido a lo que imagino será mi jubilación; pero cuando estoy borracho puedo aparecer desnudo en una canaleta, al costado de una carretera desconocida, con mil pesos en la mano. Cuando me excedo todo puede suceder, todo es posible. Hoy, sin ir mas lejos, me acosté cascoteado y cuando cerraba los ojos se formaban figuras alucinantes en mi mente, que pude plasmar en papel; sobrio eso no me sucede por más que le ponga onda”.

Pero su falta de historias simples la suplanta con relatos magistrales de la historia universal de los últimos tiempos. Este artista, me termino de convencer, es completo:

Revista Cultura Acá: ¿Sirve el arte para algo?
Manuel: Muchos aseguran que mientras el arte no pueda alimentar a una persona hambrienta, su utilidad no entra en discusión. Pero déjeme que le cuente una pequeña historia que viene a cuento, sucedió antes del año 2000, en un país de África. Un grupo revolucionario de extrema izquierda creyó ver, en la enfermedad del rey y en los problemas económicos que azotaban al país, la coyuntura política esperada hace años para intentar tomar el poder a través de las armas. No eran estos hombres diplomáticos, eran otros tiempos, hombres de acción. Pero en el asalto final a la capital del país negro los guerrilleros no contaron con la lealtad de la guardia Imperial, quienes no solo resistieron los férreos ataques al Palacio sino que además lograron reducir y rodear a los insurgentes en el centro de la ciudad. Quiso la fortuna para los rebeldes que en la retirada eligieran el Museo de Arte Moderno como refugio último, cuando se vieron doblegados en fuerzas y número de hombres. Por lo que los generales del ejercito leal, al saber acorralado a su enemigo, ultimaron detalles para bombardear el edificio al unísono y aplastar de una vez y por todas los sueños libertarios de “aquellos afiebrados”, como los llamaban sus detractores. Pero cuando sólo restaba la palabra “fuego” para desatar el pequeño infierno en el centro de la ciudad, apareció en escena el Príncipe de aquel país, y gritó, con voz de mando: “!el primero que se atreva a disparar una sola bala hacia el Museo, pierde sus manos!”. La amenaza se esparció por toda la línea a tiempo; comenzaron las discusiones entre los generales, entre aquellos mas sanguinarios que se veían con las manos atadas cuando tenían a la presa enjaulada, y aquellos otros, no menos sádicos, que respetaban las órdenes imperiales a rajatabla. Nadie sabía que el Príncipe, educado en los mejores colegios de Europa, con una licenciatura en Arte y un doctorado en pediatría, solo pensaba en resguardar la colección de obras que había comprado alrededor del mundo para el Museo, en su carácter de embajador cultural de aquel salvaje país. Sabía el Príncipe que el valor de todas las obras juntas superaba incluso el PBI de la nación entera; con un solo de esos Picasso se podrían construir diez escuelas, o cinco hospitales completos por ese otro dibujo de Otero; por lo que el Rey, al ser enterado por su hijo en charla intima de los detalles de la ofensiva final, dio la orden definitiva que su hijo esperaba: el Museo no se toca.

Manuel sorbe su trago con parsimonia y prosigue:

Manuel: El líder de los rebeldes, al ser anoticiado de la orden real, se asomó al balcón del edificio y les gritó a los periodistas que cubrían la toma del museo: “!De aquí saldremos vivos o muertos!”. Nadie se detuvo a analizar lo obvio y a la vez absurdo de la frase, y ya los matutinos reproducían otro párrafo de aquel memorable discurso: “!Le prometo a mi pueblo que cada primer día de mes me asomaré a éste balcón y rendiré cuentas de nuestros actos!”. No hubo aplausos ni aliento de ningún tipo, ya que los soldados leales rodeaban el edificio e impedían el paso a la multitud que, curiosa, se agolpaba en las calles para presenciar escena más bizarra. Pues bien, luego de varios días de discusiones internas sobre qué estrategia emplear para desalojar el Museo, los militares llegaron a convenir en una obviedad: la comida se terminaría tarde o temprano, por ello algún día tendrían que rendirse. Por razones humanitarias coincidieron en no interrumpir el suministro de agua potable, por lo que sólo restó organizar los turnos para vigilar que nadie ni entre ni salga del perímetro custodiado. Pero los días pasaron, el mes se cumplió y los insurrectos no asomaban bandera de rendición. Los medios del mundo entero transmitieron desde el alba del primer día del mes, fecha decidida para escuchar las palabras del líder rebelde. Una suposición era compartida por todos los reporteros que cubrían los hechos: un mes sin comida podía minar la salud aún del ejército más aguerrido. Pero no fue el hambre lo que pareció atacar al líder de los izquierdistas, al contrario; todos coincidieron en verlo incluso más rozagante que en la primera aparición. En esta oportunidad aseguró que todos sus soldados gozaban de buena salud, que estaban aprendiendo mucho de arte y que incluso reconocían el buen gusto de las obras. Por último, se despidió diciendo: “a mi familia y a la familia de estos valientes soldados, le llevo tranquilidad, y la seguridad de que venceremos en nuestros justos reclamos. Un saludo para todos los que me conocen”.

Laura, su asistente personal, se acerca con un recado que le susurra al oído y Manuel cancela una nueva cita. Prosigue:

Manuel: En resumen, nadie lograba comprender cómo se estaban alimentando dentro del edificio, incluso algunos periodistas malintencionados llegaron a sugerir la antropofagia como la respuesta del misterio. Los meses pasaron, la escena se repitió cada primer día de mes, y lo que comenzó como una noticia que acaparó la atención del mundo entero, con el correr de cada entrega, se volvió una crónica sin novedad, la peor de las noticia para la maquina de la prensa. Incluso algunos, que al principio apoyaban la liberación con vida de los cautivos, comenzaron a quejarse de que el líder, en su encierro, incluso parecía estar engordando; que era una falta de respeto salir a mostrar sus mofletudos cachetes a un país donde los niños se morían de hambre. Por fin, y luego de meses de negociaciones, al año de comenzado el ataque, un rey de otro país consiguió el indulto hacia los rebeldes y la comunidad internacional vio en vivo y en directo como los sediciosos deponían las armas y abandonaban el museo, en aparente buen estado de salud y cantando el himno de su partido. Los periodistas se abalanzaron sobre los detenidos, la pregunta era una sola: ¿con qué se alimentaron? La respuesta fue unánime: “On tu butu!” (2). Pues bien, cuando Sarte conoció el desenlace de la historia expresó una de sus frases más celebres: ”¡Al fin el arte sirve de algo!”. Frase que incluso hoy tiene vigencia y se discute con más fuerza que antaño.

Manuel concluye su relato y se deja caer sobre su cómodo sillón, toma un poco de un nuevo trago y vuelve a preguntar: “¿conocen la historia del gobernador actor? Es de no creer…”. Y su relato vuelve a sumergirnos en el apasionante mundo del arte moderno.

Ahí lo tienen, la mente del artista emergente del mes, de revista Cultura Acá. Para mayor información, manuotero@hotmail.com. Entrevista: Claudia Bonadio, en exclusiva para editorial Franciscana.

(1) Al cierre de ésta edición se supo que Manuel quedó descalificado del Premio por el soltero mas codiciado 2013, al conocerse su tórrido romance con la famosa modelo y conductora trasandina.
(2) “On tu butu”: ¡Los cuadros!

Terminé de leer el artículo confundido y un poco envidioso de ese Manuel que leía y no reconocía en mí. Ojala, pensé, fuese un cuarto de interesante como me había descripto Claudia. Lo cierto es que no recordaba la existencia de aquella anécdota de revolucionarios, tampoco ninguna de las otras respuestas, pero de igual forma respondí a la editorial con mi consentimiento para que publiquen la entrevista. La respuesta también fue inmediata, y terminaba agregando: “Mañana le enviaremos sin costo uno de los ejemplares de la revista”.

Ya era de noche otra vez, ya había perdido la noción del tiempo, no recordaba los días que me mantenía en pie. A pesar de ello no estaba cansado, pero tampoco sentía nada (ni las piernas, ni los brazos), por lo que no estaba seguro de mi estado. Sabia que debía dormir, sabía que mi cuerpo necesitaba un descanso, pero sabía también que las cosas suceden cuando estamos despiertos y no al revés. Y necesitaba que me pasen cosas.

Mi necesidad de acción fue saciada a los pocos minutos, Claudia me llamaba desde Nueva York; por el tono de su voz imaginé que estaba muy contenta. Lo primero que me preguntó me anticipó una nueva aventura:

-- ¿Tenés tu pasaporte en regla?

Luego su explicación fue atropellada, que había conocido un cliente interesado en mi dibujo, que tenía que salir corriendo al aeropuerto donde me esperaba su secretaria con los pasajes rumbo al país del norte. Que no me preocupe por mis pertenencias, que en Estados Unidos “podemos comprar todo lo que necesitamos”. Y nunca olvidaré la felicidad que sentí al comprender que ahora teníamos planes juntos. “Tendría que hablar con Luz”, fue lo primero que pensé, pero preferí no apresurarme.

Y como en un sueño me vi arrastrado hacia el aeropuerto, luego subido casi a la rastra al avión, y por último sentado cerca de la cabina del piloto. “Me tendría que haber bañado”, seguía pensando. Mis piernas no me respondían, por lo que no entendí, cuando despegamos, como hice para avanzar hacia el baño. Creo que en mi camino empujé a una señora, alguien me señalo con un dedo y otro alguien rió a carcajadas.

Me encerré en el baño del avión, quería asearme por lo menos las zonas más calientes, por decirlo en forma apropiada. Verme sin remera frente al espejo me animó a desvestirme por completo, y verme completamente desnudo me confirmó lo que venía pensando hace un tiempo: si seguía con éste ritmo de desenfreno llegaría al verano sin necesidad de dieta alguna. Me gustaba mi nueva figura, casi esquelética, pero temía por mi salud…mental principalmente. ¿Qué hacía desnudo a más de mil metros de altura? A veces, me dije, la vida no tiene sentido. Solo a veces.

Vi interrumpida mis cavilaciones con el anuncio del piloto de nuestra pronta llegada a destino. ¿Tanto tiempo había estado encerrado? Era el sueño, lo sabía; él era el responsable de alterar mi percepción de las cosas, incluso del tiempo y el espacio. Subir a un avión en un país y descender del mismo aparato en otro, ahora, era cuestión de horas, o de minutos, no podría asegurarlo.

Claudia me esperaba en el aeropuerto, radiante de contenta al parecer. Nos subimos a un taxi y me aseguró: “nunca más tendremos problemas de dinero”. Mientras eso decía sacó de su cartera un cheque, según ella adelanto de lo que llegaríamos a ganar con mi trabajo, y no me alcanzó los dedos de las manos para contar los ceros que se amontonaban en el papel.

Llegar al hotel y verla desnudarse frente a mí fue una sola cosa. Mi mente no podía asimilar todo lo que veía, mi cuerpo no sabía si excitarse o dejarse rendir sobre la alfombra. Dudando de todo caí arrodillado al suelo, Claudia se tiró a mi lado; cuando tome sus pechos en mis manos su espalda se arqueó en el aire, sus pezones apuntaron al techo y su gemido despertó al animal que todo hombre lleva dentro. Pero me controlé a tiempo. Sabía cómo debía proceder la primera vez: lentamente. No necesitaba que ella me pidiera que consume el acto, debía esperar que sea su cuerpo el que pida a gritos mi cuerpo. Rocé su zona crítica con la palma de mi mano, suavemente, lentamente, y un temblor de escalofríos recorrió cada centímetro de su piel. Me deslice hacia sus pies, besando todo lo que encontraba a mi paso, y llegué a su entrepierna. La respiración de Claudia comenzó a acelerarse, sus gemidos subieron de intensidad, sentía su sangre golpetear con fuerza por sus venas, el aroma a mujer explotó en mi rostro, en el mismo momento en que…

Bue…en resumen, lo hicimos.

Cuando apague mi cigarrillo Claudia volvió del baño, al parecer, de buen humor. “Tengo muchos planes contigo”, dijo, mientras recogía su ropa del suelo (ahora que recuerdo, nunca me miró a los ojos cuando hablaba de nosotros y sus planes). Me aseguró que volvería antes de la cena, que tenía una reunión importante con un coleccionista de arte, que nos volveríamos millonarios. Pero yo sólo pensaba en una cosa, en dormir, en descansar, me había olvidado qué era lo que sentía en sueños, la suma de acontecimientos me había secado los ojos, literalmente. Por eso, cuando me quedé sólo, fumando un cigarrillo frente a la ventana del hotel, me sorprendió el sonido del teléfono y, cuando atendí, la voz casi lastimada de Claudia.

-- Manuel-- me dijo, casi entre lagrimas--, no te quise contar cuando salí por temor a tu reacción, pero mientras estaba encerrada en el baño me realicé un test y…Manuel, vamos a tener un hijo.

No reaccioné como esperaba, la noticia no me alteró como pasa en el cine. Corté el llamado con una idea fija, Martín, mi hijo (si, ya tenía sexo y nombre), no pasaría hambre jamás. ¿Y porqué estaba tan seguro? Por que sabía, en ese momento, que con sólo cerrar los ojos y dibujar mis alucinaciones podía mantener a mi familia en la abundancia por tiempo indeterminado.

Por lo que pensando en la educación de mi hijo apoyé mi cabeza sobre la almohada de aquel hotel. Tenía que aprender a invertir bien mi dinero, me convencí mientras cerraba los ojos; además mañana, a primera hora del día, abriría una cuenta bancaria para mi niño, para cuando cumpla 18 años pensé.

Por lo que sumergido en planes para el futuro cerré mis ojos y, nuevamente, comencé a escuchar música en mi cabeza. Creo que era música electrónica, golpes repetidos que se acercaban acelerados, amontonados. Pero al final no era una composición, comprendí a tiempo, sino que era alguien golpeando a mi puerta.

Pensando en el servicio al cuarto me levanté medio mareado, por lo que me sorprendió encontrar a Luz, mi pareja, en la puerta de mi cuarto.

-- Manuel—comenzó diciendo Luz--, vestite por favor, tenemos que hablar.

En vano trate de encontrar mi pantalón en la pieza. Mientras lo buscaba me preguntaba si Luz sabía de mi nueva vida, si sabía de Martín, mi hijo, o de mi nueva situación económica. ¿Por eso había regresado? Y ahí me lo pregunté, ¿o nunca se fue?

-- Manuel—Luz parecía cansada, resignada--, así no podemos seguir.

Obvio, pensé, ni ella ni Claudia aceptarían vivir los tres juntos bajo un mismo techo (los cuatro en apenas meses, me retracte); debía elegir y ya lo había echo: “todo sea por mi hijo”. En estas cuestiones del amor, alguien siempre termina perdiendo: hoy le tocaba a Luz. Pero ahora, ¿cuándo había regresado de Estados Unidos, o Luz era la que había viajado?

-- Al principio—aseguró, antes de largar a llorar—me parecías divertido, pero ahora comprendo que estás enfermo, que necesitas ayuda. Verte sin pantalones frente a todos fue…--pensé que la palabra que buscaba era vergonzoso, pero nada dije--…No puedo más Manuel, hasta acá llegue.

Cuando Luz salió de la habitación encontré un dibujo tirado en el suelo (cerca de allí vi mi pantalón), era apenas el trazo tosco de un cuadrado, un hexágono y una esfera. Otra vez, comprendí, mis sueños habían terminado en el suelo… como mi pantalón.

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